Miel y salmuera: Conocí a un pintor que se alimentaba de jardines
Conocí a un pintor que se alimentaba de jardines. Me lo presentó el señor Aquiles una tarde de marzo. Ese día el pintor me dio a probar un zumo de frutas dulcito como la miel. Dijo que me haría bien. Así fue.
Desde ese día no quise separarme del pintor y aprendí a amar su trabajo. Él era un pintor que se alimentaba de jardines y quienes estaban a su lado empezaban a admirar la vegetación, a pensar en follajes, soñar con flores, caballitos de madera que se alimentaban de jardines y todas esas cosas que les gusta a los pintores.
Ese artista era muy especial, hacía flores gigantes multicolores como solo existen en su imaginación, ramas, hojas grandes y unos mangos bajitos que provoca agarrarlos y comérselos de un solo bocado, porque uno cree que son de verdad verdad.
Ese pintor que se alimentaba de jardines caminaba dando grandes zancadas como si no quisiera pisar los jardines, las flores y la grama, para que no fuera a dañarse el producto de su creatividad y que adornaba esos cuadros que él sabía hacer tan bien, alegrando la vista de quienes los observaban.
Lo que nunca decía ese pintor que se alimentaba de jardines, es que luego que una miraba algunas de sus creaciones, los colores del arcoíris, del sol, de la montaña y del mar, junto a las sonrisas de los niños que juegan alegres en los parques, se te quedaban grabados de por vida en los ojos, y que de ahí en adelante, no podías observar el mundo de color gris y mucho menos en blanco y negro, porque sin tú saberlo, luego de haber visto el cuadro de ese pintor, te habías bebido un jardín multicolor que te impregnaba el alma para siempre.
Eso pasó conmigo, porque el día que conocí a ese pintor que se alimentaba de jardines, me bebí todo un cuadro de follaje multicolor, hasta que el espíritu se me llenó de alegría para toda la vida y ahora ando por el mundo viendo flores, ramas, hojas y frutos coloridos por doquier. Todo por culpa de ese pintor que una tarde de marzo el señor Aquiles me presentó, y que aún cuando no tenía una flor en el ojal ni parecía tan elegante como el caballero de la plaza, tenía el alma colorida, amplia y bonita, como la que deben tener los grandes artistas que miran la vida con los ojos del arcoiris y que disfrutan los sueños sin sentido de los que imaginamos que nos bebemos jardines, solo por haber conocido a un pintor que se alimentaba de ellos.
Ana Cristina Chávez – [email protected]