OpenAI demanda a Elon Musk
OpenAI se ha convertido, estos últimos años, en una de las tecnológicas más relevantes a escala global. No ha sido, ni remotamente, la primera tecnológica en apostar por la inteligencia artificial (por ejemplo, lo recordaba hace unos días al hablar de Adobe), pero sí que le corresponde el mérito de haber extendido su alcance a prácticamente todo el mundo, empujando además a que otras tecnológicas se sumen a la carrera, configurando el actual ecosistema de la IA, que era algo poco menos que impensable hace tres años.
En este camino hacia la consolidación, sin embargo, OpenAI no solo ha tenido que enfrentarse a desafíos tecnológicos, sino también a conflictos humanos y estratégicos que han puesto a prueba su propia estructura. El enfrentamiento con Elon Musk, uno de sus cofundadores, se ha convertido en uno de los episodios más tensos de su corta pero intensa historia, reflejando hasta qué punto las luchas de poder pueden tensionar incluso a las organizaciones nacidas bajo ideales altruistas.
La historia que une a OpenAI y Elon Musk comenzó en 2015, cuando el empresario, junto a Sam Altman y otros destacados inversores, fundó la organización con la promesa de desarrollar inteligencia artificial beneficiosa para la humanidad. Sin embargo, apenas tres años después, en 2018, Musk abandonó el consejo de administración de OpenAI, alegando posibles conflictos de interés con Tesla, aunque las tensiones internas sobre el control y el rumbo de la organización ya eran palpables desde tiempo atrás. Esta ruptura temprana marcaría el inicio de una relación que, lejos de enfriarse, ha ido acumulando rencores hasta explotar definitivamente.
El enfrentamiento alcanzó un nuevo nivel en febrero de 2024, cuando Elon Musk presentó una demanda contra OpenAI, acusándola de haberse desviado de su misión original y de priorizar beneficios económicos. Aunque OpenAI respondió en su momento defendiendo públicamente su postura, el conflicto ha escalado aún más en 2025: ahora ha sido OpenAI quien ha decidido llevar a Musk ante los tribunales, acusándolo de acoso y difamación tras una larga campaña de ataques públicos contra la organización.
La ofensiva pública de OpenAI se concretó, hace unas semanas, en la publicación de una carta abierta en la que no solo defendía su trayectoria, sino que también ofrecía su versión de la historia. En ella, los responsables de la compañía revelaban que Musk había apoyado inicialmente la idea de convertir OpenAI en una entidad con fines de lucro limitado, siempre y cuando tuviera el control absoluto. Ante la negativa del resto de miembros fundadores a cederle el mando, Musk decidió desligarse del proyecto, iniciando desde entonces una escalada de tensiones que, a día de hoy, parece haber alcanzado su clímax. El documento también mostraba comunicaciones que desmentían buena parte del relato posterior de Musk.
Este conflicto no puede entenderse plenamente sin tener en cuenta que, desde hace meses, Elon Musk lidera xAI, su propio proyecto de inteligencia artificial, en competencia directa con OpenAI. La presión pública ejercida sobre sus antiguos socios coincide sospechosamente con los momentos clave en los que OpenAI ha afianzado su posición de liderazgo en el mercado, lo que invita a preguntarse si las acciones de Musk no están más guiadas por el resentimiento y los intereses empresariales que por una auténtica preocupación por la evolución de la inteligencia artificial. Como recogimos hace un par de meses, el propio Musk llegó a plantear públicamente su deseo de comprar OpenAI, un movimiento que fue ampliamente interpretado como un intento de recuperar el control perdido, pero que también ha sido interpretado en clave de ser una operación para dificultar los planes de Altman para OpenAI.
La disputa actual entre OpenAI y Elon Musk no es, por tanto, un simple desacuerdo legal o filosófico, sino la expresión de un choque de egos, de visiones enfrentadas sobre quién debe dirigir el futuro de una tecnología que, sin duda, marcará el devenir de la humanidad. OpenAI ha optado por consolidar una estructura que intenta equilibrar innovación y responsabilidad, mientras Musk parece más interesado en imponerse como el gran referente de la nueva era de la inteligencia artificial, aunque sea a costa de la misión original que ayudó a fundar.
Personalmente, me resulta difícil no ver en esta situación una advertencia sobre los riesgos que entraña confiar el avance de tecnologías tan trascendentales a figuras que, como Musk, han demostrado repetidamente anteponer sus ambiciones personales a cualquier otro tipo de consideración. La pregunta que flota, inevitablemente, es si las organizaciones que nacen bajo la bandera del bien común pueden resistir el asedio de quienes solo entienden el éxito como una cuestión de poder.
Con información de Muy Computer