Opinión

¿Cómo reconocer a un poeta?, por Ana C. Chávez

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Miel y Salmuera

(A Juan Chávez López)

La poesía camina junto a nosotros muchas veces, pero pocos saben reconocerla cuando los toma de la mano, les sonríe o les da un abrazo. A veces es tan sutil y fresca como la mirada de un niño, o anda con el cabello ensortijado retando a la brisa vespertina. La poesía acostumbra a andar con la torpeza característica de quien se mueve apuntándole a las estrellas, porque lo terrenal nada le importa.

  Conviví con la poesía desde la infancia, y con frecuencia no la identifiqué como tal, creyéndola un toque de locura heredada. Hoy, de adulta, en este mundo caótico en el que sobrevivo, la redescubro a diario en cada álbum familiar, se posa delante de mí, altiva, desnuda, pero también sencilla y con aroma al café de la primera hora.

  Un poeta puede parecer un hombre o una mujer común, pero se sabe diferente al resto. En el vértigo de sus ojos de gato está la trampa de la palabra, un tanto escurridiza. Su instinto felino de cazador nocturno, percibe el sonido ideal, el cascabel que ronda los cuellos y anuncia la llegada del verso. El poeta prepara los alimentos con la ceremonia de quien escribe un cuento, selecciona personajes, ata y desata nudos. Brinda a tu salud y a la de otros poetas, y vuelve a brindar por la poesía, por la pintura, por la joven de pecho virginal, por la mujer de caderas bendecidas, por la melena roja de la amante, por el torso varonil del éxtasis ocasional.

   El poeta abre tus muslos, te bebe la boca recitando flores, sudando canciones. El poeta guarda un maletín añejo, con obsequios nuevos en cada visita, porque el poeta te sabe y te memoriza, y te piensa, aunque no lo creas. El poeta pierde cosas, también la cabeza, pero acumula ternura, se fuma la pipa de la paz con el mismo diablo, sentado a su diestra.

   Usted percibe al poeta, y lo toca, y le habla, lo descubre, luego crece, y se reconoce hija de poeta, sobrina de poeta, amante de poeta, y usted no se hace poeta pero quiere serlo. Un día se ve con el pelo revuelto, la mirada valiente, el gesto de gato al acecho de la palabra, hace las paces con el demonio que es usted, abre sus muslos, vuelan sus pechos maduros y se preña de poesía.

“Siempre he tratado de entender a los demás.

No ha sido fácil que me comprendan a mí.

Por ejemplo, si bebo un solo trago

dicen que soy un borracho empedernido.

Si me ven leyendo un libro en el parque

corren el rumor de que soy un hombre estudioso.

Si escribo un breve artículo en el periódico

me confunden con un consumado intelectual.

Si camino lentamente bajo la llovizna

me tildan de loco de atar.

Si evado por un momento la multitud

me descartan por solitario.

Si abogo por otro «mundo posible y necesario»

dicen que soy un soñador”.

Del «Poema para atrapar sueños»

Juan Chávez López

                                                               

“En el desprendimiento de las soledades

que alumbran a los pasajeros de la noche

me acecha la nostalgia.

Caminos quejumbrosos

me llevan a sitios lejanos

poblados de vigilias eternas

cuando los  caballos me llaman en la hierba.

Una canción de galopes sombríos

retumba en mi garganta de jinete sediento

como una tempestad de alegrías y truenos.

Las estrellas me guían en las tribulaciones

que acumulan el óxido de las monedas antiguas.

Navego por los vientos del sur

acompañado de un amor ultramarino

los puertos me conmueven

en sus muelles de idilios clandestinos

y vuelvo en secreto a las casas altas del insomnio.

Después continúo tranquilo

envuelto en papeles olvidados.

Viajo a pie sin cansarme

hacia la tierra de los anhelos

apenas con la manutención del día”.

De «Solamente yo sé la sed que tengo»

Juan Chávez

   [email protected]

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