Opinión

Calles de Cumarebo, por Ernesto Faengo Pérez

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Era un niño cuando Pachito, se levantaba temprano metía en un “saco de cemento vacío” que el denominaba “bolso” unos instrumentos de trabajo que entonces yo no conocía pero después supe eran una cuchara de albañilería, una llana, un cordel, un metro y un martillo, se tomaba su taza de café negro que Machita le preparaba y salía a la calle, a trabajar, mientras tanto mis siete hermanos quedábamos en la casa, unos preparando la palma para tejer sombreros que era una fuente de ingresos en casi todos los hogares pobres de la época y los otros  para ir a la escuelita de Margarita Reverol una noble y exigente mujer de pequeña estatura  pero de un fuerte carácter y una particular forma de instruir conocimiento a los niños de entonces quien me enseñó las primeras letras y silabas del abecedario y encaminó mi vida ordenándola con disciplina, respeto y responsabilidades sujeto a aquellos castigos a la  mínima trasgresión de las normas impuestas por aquella estricta y exigente educadora en tiempos que la memoria hoy, refresca en una  evocación, sentida con el agradecimiento y la  nostalgia.

Eran tiempos para despejar sueños, activando la esperanza en un Cumarebo cuya mayor preocupación de su gente era el trabajo, honrado, productivo y seguro que garantizara al hogar el sustento de cada familia, eran las calles Urdaneta,  Zavarce y San Pedro, hoy calle Zamora colindantes con el sector denominado “El calvario” también famoso por su tradicional reverencias de trovadores entonando décimas y salves a la Cruz de mayo, éramos los “muchachos” de la época que cuando nos enviaban a hacer algún mandado en las bodegas de los Loaiza. José Gertrudis, Tavorda, Fay García o en los pocos ratos que nos daban permisos para salir de casa nos reuníamos debajo de un frondoso cují que quedaba en  la esquina de la bodega de los Ramones al frente de los Revilla, otra familia de tradición e historia de esas calles de Cumarebo a jugar “metras”, ”camán”, el “escondido”  y “palito mantequillero”, por las tardes las familias terminada la jornada diaria sacaban sus mecedoras y sillas y al frente de las casas producían largas conversaciones de los aconteceres propios de la vida en esas maravillosas calles bañadas de historia con el sabor ancestral y su mirada al mar escritas en la memoria de su gente valiosa, consecuente y tradicional que fueron, son y serán  reflejo de nuestros sueños pintados en lo profundo de nuestro ser al retroceder la memoria y revivir aquellos tiempos.