Opinión

Tiempo Falconiano

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Solitaria quietud

La clase de vida “invivible” que se padece día tras día, el deterioro prácticamente absoluto, parece que le quita sentido a analizar la inmensa tragedia que agobia a los venezolanos, algo que en todo caso se ha trillado muchas veces. La tragedia es tan grande que ya no se siente un interés significativo por comprenderla, y pareciera que se prefiere quedarse quieto al respecto. Sin embargo, es vital ocuparse en solucionarla y superarla, dirección en la cual es fundamental, por una parte, comprender sus causas, entre las cuales destacan en forma determinante las políticas y las económicas, pero incluyen otras más, y por otra parte, combatirlas y corregirlas para recuperar nuestro país, y así, nuestra vida. Es evidente que en el ámbito político la causa se descompone en muchas, pero todo ello se puede concentrar en el deterioro total del sistema político venezolano porque sus instituciones han dejado de operar, y se puede decir que se eliminó. El daño es tan grande, que no se puede calificar de absurdo decir que no existe un ente del estado venezolano ante el cual un ciudadano venezolano pueda tramitar algún asunto de su interés, por más elemental que sea, como la falta de electricidad por ejemplo. El estado perdió liderazgo, perdió dirigencia, quizás quedó solo con directiva formalista. Se puede admitir que es necesario realizar algunos cambios o mejoras en la estructura del sistema, pero es obvio que lo fundamental fue la equivocada decisión que se tomó, en muchos casos, a la hora de designar o elegir a personas que, creyéndose incluso por encima de los demás, no reunían las condiciones requeridas para ocupar las diversas posiciones de poder y decisión en el ámbito del estado, en los poderes Ejecutivo, Legislativo, judicial, a nivel nacional, estadal y municipal, y  en todo lo demás que se ha agregado en forma exagerada. Es obvia la culpa de los directivos partidistas correspondientes en estas escogencias improcedentes, motivadas indebidamente por intereses particulares o partidistas, por una injustificada especie de recompensa por servicios prestados al partido, en muchos casos en conflicto con la ética y la moral, las cuales se tradujeron en este pésimo desempeño del estado. Debe reconocerse que esas malas decisiones no las tomaron solamente los directivos de los partidos políticos u otras organizaciones ya referidos, sino también, en forma muy determinante, nosotros los ciudadanos venezolanos a la hora de respaldarlas con el voto. No se pretende generalizar y desconocer las muchas  personas que han hecho una labor correcta en el ámbito del estado, como por ejemplo las responsables de la excelente PDVSA que llegó a ser una de las dos mejores empresas petroleras en el mundo; el excelente sistema nacional de orquestas y coros juveniles e infantiles, y otras excelentes realizaciones venezolanas. Esto no pretende descalificar y condenar la actividad de los partidos políticos, y se sabe que ellos “fundaron” la democracia en Venezuela, pero a partir de cierto momento, quizás a partir de los años 1980, el buen liderazgo que habían tenido terminó sin dejar una buena continuación, hasta el día de hoy. Lo bueno de democracia que tuvimos después del 23 de enero de 1958, parece que no fue suficiente para anular la mala idiosincrasia creada por 300 años de colonia, 130 años de caudillismo posteriores a 1830 y los casi cuarenta años posteriores a los años 1980. Se comprende muy bien la importancia y necesidad de los partidos, sin los cuales no existe la democracia porque ésta no puede ser asamblearia. No somos parte de la antipolítica. Pero la democracia tampoco existe con partidos malos o desvirtuados, tal como lo muestra la realidad venezolana posterior a 1999 con la operación de la organización chavecista. En lugar de quien confunde mando con liderazgo, mando con capacidad creativa, los venezolanos necesitamos liderazgo que oriente, motive e impulse hacia lo correcto, liderazgo como el ya referido en los casos de PDVSA y las orquestas y coros. En esta situación, la responsabilidad de las personas a quienes compete gerenciar la rectificación y renovación de los partidos, o la formación de algunos nuevos, es muy clara y muy grande, y más clara y más grande es la de los ciudadanos que tenemos la necesidad vital de exigirla y lograrla. Por su parte, en el ámbito económico también parece que la situación por muy sufrida durante tanto tiempo, no requiere análisis, y que se necesita conocer las causas y corregirlas. En cuanto a lo primero, la causa fundamental la encontramos en la inestabilidad macroeconómica, algo parecido a una grave descompensación de la persona en materia de salud. Esta inestabilidad a su vez, responde a un fuerte desequilibrio entre la oferta y la demanda. La oferta, muy golpeada y disminuida por la agresiva política gubernamental que pretende destruir o al menos reducir la empresa, habiendo logrado cerrar más de 10.000 de ellas, es uno de los factores, junto con la familia, determinantes del desenvolvimiento de la economía. La demanda familiar es también víctima de una política oficial destructiva del empleo y por ende del ingreso familiar, disminuyendo su capacidad de compra y de consumo, algo que el gobierno trata en grado totalmente insuficiente de paliar con unos “bonos y similares”, y una elevación periódica del salario mínimo. La caída de la oferta, o de la producción, no se puede compensar con importaciones dado que el gobierno malbarató y desapareció los dólares de las reservas internacionales, resultando que la demanda, aún reducida por el bajo ingreso, supera la casi desaparecida oferta, y esto se ha traducido en esa hiperinflación que nos acompaña desde hace un año. Resta en otra oportunidad, detallar más este problema tan grave, y referirse a su difícil, pero no imposible solución.

Douglas Játem Villa

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