Opinión

Las máscaras que somos, por Ana Cristina Chávez

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Hace algunos años atrás mi sobrina dibujó mi rostro en un globo, y aunque se reventó rápidamente, logré tomar una foto para la posteridad. Me retrató con una gran sonrisa de la que sobresalían varios dientes en forma de palitos, trazó pecas en una mejilla y una mancha que nunca le pregunté qué era, supongo sería un libro, porque una vez me dibujó con uno en la mano y siempre afirmaba que yo leía mucho. Me llamó la atención el lienzo seleccionado, y la visión que ella tenía de mí desde sus ojos de niña.

Como adultos, algo interesante sin duda, es saber cómo nos ven las otras personas, no para depender de sus juicios y opiniones en cuanto a nuestro físico o actuación, sino para tomar consciencia de qué le mostramos al mundo y si estamos cómodos con eso.

Nos ponemos corazas y máscaras, con frecuencia aparentamos lo que no somos solo para ser aceptados o «queridos». Pero esa imagen -positiva para unos o incluso negativa para otros- puede desinflarse, reventarse, explotar o romperse luego de un tiempo de vuelo (cual globo) para permitir que aflore nuestra verdadera personalidad. Después surge la duda, ¿nos aceptarán por quienes somos realmente?, ¿lo que pensaban acerca de mí coincide con quien soy ahora, en este momento?

Los filtros que utilizamos no solo en las fotografías de las redes sociales, sino en la vida cotidiana, sirven para eso, para enseñar nuestro lado más amable y hermoso, o el que aprueba la sociedad, sin embargo, el otro lado es el mejor, por auténtico, aunque no siempre es el más favorecedor, pero es el real.

Con relación a las máscaras y su uso en las relaciones sociales, los poetas Lydda Franco Farías y Mario Benedetti, escribieron estos textos que nos recuerdan el Carnaval perenne en el que vivimos. Disfrútenlos:

Lisa y llanamente abre los ojos

Se coloca la máscara del día

Las zapatillas de rondar sobre el abismo

Las pestañas de ir a los oficios

Las alas de volar hasta la fábrica

A marcar la tarjeta que computa

La no vida

He aquí esta mujer lívida como un fantasma

Real como una espina o una piedra

Que menstrúa

Que copula

Y se vale de ciertos artificios

Como teñirse los cabellos

Ponerse sombras en los párpados

Sacarle brillo al piso

Brillo a la soledad

Brillo a la parcela de aliento

Que guarda en los cartílagos

En la marejada del corazón

En la penumbra de los sueños

Donde a veces relampaguea

La dormida tenaza

Guijarro contra espejo

Preñez a contracielo.

Autora: Lydda Franco Farías.

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No me gustan las máscaras exóticas

Ni siquiera me gustan las más caras

Ni las máscaras sueltas ni las desprevenidas

Ni las amordazadas ni las escandalosas.

No me gustan ni nunca me gustaron

Ni las del carnaval ni la de los tribunos.

Ni las de la verbena ni las del santoral.

Ni las de la apariencia ni las de la retórica.

Me gusta la indefensa gente que da la cara

Y le ofrece al contiguo su mueca más sincera

Y llora con su pobre cansancio imaginario

Y mira con sus ojos de coraje o de miedo.

Me gustan los que sueñan sin careta

Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas

Y si en la noche miran/ miran con todo el cuerpo

Y cuando besan/besan con sus labios de siempre.

Las máscaras no sirven como segundo rostro

No sudan/no se azoran/jamás se ruborizan

Sus mejillas no ostentan lágrimas de entusiasmo

Y el mentón no les tiembla de soberbia o de olvido

¿quién puede enamorarse de una faz delegada?

No hay piel falsa que supla la piel de la lascivia

Las máscaras alegres no curan la tristeza

No me gustan las máscaras, he dicho.

Autor: Mario Benedetti.