Opinión

El tiempo, en las manos de Eduardo Galeano, por Ana Cristina Chávez

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El final del año nos recuerda el paso del tiempo, ese tan diferente dependiendo del lado en el que te encuentres: esperando o actuando. Eduardo Galeano, en su libro «Bocas del tiempo» (2004), comparte varios relatos en torno al transcurrir de la vida, las distintas percepciones de la que puede ser objeto, y la historia de la humanidad.

El tiempo, siempre en movimiento, se expresa en la cotidianidad de las horas y los instantes que quisiéramos repetir una y otra vez, o simplemente olvidar de un zarpazo.

Las doce campanadas que marcarán la muerte del 2021 y el inicio del año 2022, pleno de expectativas, sueños y esperanzas, nos recordarán la relatividad de nuestro paso por el mundo y sus circunstancias. A continuación, escuchemos a Galeano con la vista y el resto de los sentidos. ¡Feliz año nuevo!

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Los juegos del tiempo

Dizquedicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha.

Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros.

Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó.

Él se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro.

Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.

Tiempo que dice

De tiempo somos.

Somos sus pies y sus bocas.

Los pies del tiempo caminan en nuestros pies.

A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas.

¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del tiempo cuentan el viaje.

Trampas del tiempo

Sentada de cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:

 –Lo único que te cambiaría es el domicilio.

Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y cocinaban inventando y dormían anudados.

 Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era.

 Como era cualquiera de las que ella era, cada una con su propia gracia y poderío, porque esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.


 Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.

Los tiempos del tiempo

Él es uno de los fantasmas. Así llama la gente de Sainte Elie a los pocos viejos que siguen hundidos en el barro, moliendo piedras, escarbando arena, en esta mina abandonada que ni cementerio ha tenido nunca, porque ni los muertos han querido quedarse.

 Hace medio siglo, este minero, venido de muy lejos, llegó al puerto de Cayena, y se internó en busca de la tierra prometida. En aquellos tiempos, aquí había florecido el jardín de los frutos de oro, y el oro redimía a cualquier forastero muerto de hambre y lo devolvía a casa muy gordo de oro, si la suerte quería.

 La suerte no quiso. Pero este minero sigue aquí, sin más ropa que un taparrabos, comiendo nada, comido por los mosquitos. Y en busca de nada revuelve la arena día tras día, sentado ante la batea, bajo un árbol más flaco que él, que apenas lo defiende de la ferocidad del sol. Sebastián Salgado llega a esta mina perdida, visitada por nadie, y se sienta a su lado. Al cazador de oro le queda un solo diente, un diente de oro, que cuando él habla brilla en la noche de su boca:

 –Mi mujer es muy linda–dice.

 Y muestra una foto rotosa y borrosa.

 –Me está esperando–dice.

 Ella tiene veinte años.

 Hace medio siglo que ella tiene veinte años, en algún lugar del mundo.

Mapa del tiempo

Hace unos cuatro mil quinientos millones de años, año más, año menos, una estrella enana escupió un planeta, que actualmente responde al nombre de Tierra.

 Hace unos cuatro mil doscientos millones de años, la primera célula bebió el caldo del mar, y le gustó, y se duplicó para tener a quién convidar el trago.

 Hace unos cuatro millones y pico de años, la mujer y el hombre, casi monos todavía, se alzaron sobre sus patas y se abrazaron, y por primera vez tuvieron la alegría y el pánico de verse, cara a cara, mientras estaban en eso.

 Hace unos cuatrocientos cincuenta mil años, la mujer y el hombre frotaron dos piedras y encendieron el primer fuego, que los ayudó a pelear contra el miedo y el frío.

 Hace unos trescientos mil años, la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras, y creyeron que podían entenderse.

 Y en eso estamos, todavía: queriendo ser dos, muertos de miedo, muertos de frío, buscando palabras.